TFCA
Palabras del Maestro Alfonso Zárate Flores
Palabras del Mtro. Alfonso Zárate Flores, en ocasión del 6° Ciclo de Conferencias, en el marco del 50° Aniversario del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje
3 de octubre, 2013
“El Sindicalismo en México”
¿QUÉ SINDICATOS Y LÍDERES SE REQUIEREN PARA EL SIGLO XXI?
Introducción
Más allá de la presunta solidez de los principales agregados macroeconómicos: las altas reservas de divisas, el control de la inflación, la fortaleza del tipo de cambio… el país ha experimentado en las últimas tres décadas un largo “estancamiento estabilizador” que ha tenido duras repercusiones sociales y si no tenemos más severos desarreglos sociales es por la existencia de varias válvulas de escape: la emigración (que se hará más difícil en los próximos años); el comercio informal y la solidaridad familiar.
Un dato duro: de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del primer trimestre del año, 6 millones 887 mil de jóvenes entre 18 y 26 años, constituyen la masa informe de “ninis” mexicanos. Quienes tienen o deberían tener el vigor y la enjundia para insertarse en el sistema educativo o en el productivo, están en esa nada que sólo les ofrece, a ellos y a sus padres, frustración y desesperanza.
Las otras cifras, las del empleo, son igualmente duras. La mayoría de quienes trabajan se ubica en el sector informal.
Y frente a esto, la clase gobernante de todos los partidos exhibe una enorme insensibilidad: se complace con alardear esas variables macroeconómicas sin entender que lo crucial es recuperar un crecimiento vigoroso y sostenido y, por otra parte, en su cotidianidad derrocha, roba y no sabe gastar, así lo evidencian los cambios en la estructura burocrática en los últimos años: una macrocefalia con escaso profesionalismo y pagada en exceso.
EL SINDICALISMO Y EL NUEVO TIEMPO MEXICANO
Para entender la inserción del sindicalismo en el nuevo tiempo mexicano hay que subrayar dos datos mayores: la inscripción de México en una globalización que impone una competencia despiadada, y la segunda alternancia.
La globalización
Desde hace más de tres décadas, la globalización ha generado cambios significativos en las estructuras e instituciones económico-financieras, sociales, laborales, educativas y políticas; transformaciones marcadas, al menos, por:
1. La reducción del carácter social del Estado que implicó la desregulación de la economía, el redimensionamiento del sector público, la privatización y la “extranjerización” de las empresas estatales y los recursos naturales (Banamex, Comex, Santa Clara y Grupo Modelo...);
2. la apertura e integración de los aparatos productivos y los mercados a instancias multinacionales de diversa dimensión; y
3. la recomposición de los procesos de trabajo y la flexibilización de las relaciones laborales asociadas a la intensa innovación tecnológica.
La segunda alternancia
Otro ingrediente mayor para ubicar el momento que vive el sindicalismo es el retorno del PRI al poder presidencial, el mismo PRI, porque nunca hizo un ejercicio de mea culpa, pero en un México distinto. El control político, como una clave del sistema político mexicano. Los instrumentos gubernamentales para el control político: el CISEN, la PGR, las fuerzas armadas, la Secretaría de Hacienda, permanecen y han sido fortalecidos, ése es el sentido de las reformas recientes y en curso.
El repaso histórico
Para explorar el futuro, es indispensable identificar los momentos fundacionales del sindicalismo mexicano.
Desde el principio, el movimiento sindical mexicano nació atado al poder. Para ser más exactos, cuando aún no “germinaba” la semilla sembrada por liberales y anarquistas en la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX, vino la revolución de 1910-17, que interrumpió el proceso natural de maduración de las organizaciones de trabajadores y marcó el desarrollo de la fuerza sindical en el México posrevolucionario.
El caos de la confrontación armada tomó por sorpresa a la incipiente clase obrera (formada mayoritariamente por artesanos y profesionales).
El movimiento obrero embrionario pactó en 1914 con una de las facciones revolucionarias. A cambio de la creación de los Batallones Rojos, la Casa del Obrero Mundial logró la exclusividad para afiliar trabajadores en los territorios conquistados por el Ejército Constitucionalista. La intuición rindió frutos: Venustiano Carranza ganó la guerra y la Casa del Obrero se convirtió en la primera organización nacional de trabajadores reconocida por la revolución triunfante. Se trata de un momento fundacional en la historia del movimiento obrero.
Sin embargo, la historiografía oficial suele olvidar que poco después, al inicio de 1916, cuando las organizaciones de los trabajadores pensaron que había llegado el momento de reclamar respuestas al gobierno de la Revolución, la respuesta del presidente Carranza, expresada a través del general Pablo González, fue brutal: habló de la “tiranía proletaria” que exageraba sus demandas a las autoridades constitucionalistas, que han sido sus resueltas aliadas y su firme sostén.
El 31 de enero de 1916, los Batallones Rojos fueron licenciados, la Casa del Obrero Mundial fue desalojada de su sede (el Palacio de Los Azulejos en las calles de Madero) y la prensa obrera perseguida.
Los trabajadores respondieron con una ola de huelgas que casi paraliza la Ciudad de México y Carranza decidió rescatar una ley juarista de 1862 contra los trastornadores del orden, que llevó a los huelguistas ante tribunales que los condenaron a muerte. Al parecer, la intervención de Obregón hizo posible el indulto.
Unos meses más tarde se promulga la Constitución de 1917, cuyo artículo 123 establece los derechos de los trabajadores y da el marco jurídico para avanzar en las conquistas laborales bajo la dirección del Estado.
Más curtido en las lides políticas, el movimiento adquirió forma en la Confederación Regional de Obreros de México (CROM), organismo que monopoliza, entre 1918 y 1928, la interlocución con los gobiernos revolucionarios.
La apuesta fue todo un éxito. Los gobiernos de los generales Obregón y Calles apoyaron a la CROM en su lucha contra las organizaciones rivales de izquierda y derecha, en tanto la Confederación se fortalecía como “una de las bases de poder no militar del gobierno central” en la década de los veinte.
En 1936 se funda la Confederación de Trabajadores de México. Estamos frente a otro momento central del sindicalismo: la “fuerza proletaria” constituirá uno de los puntales del programa reformista del presidente Lázaro Cárdenas (lo que aprendió Fidel Velázquez de la experiencia de Morones).
Fin del milagro…
No es fácil determinar con exactitud cuándo y cómo inició el deterioro de una relación tan añeja y fructífera como la protagonizada por el Estado posrevolucionario y el sindicalismo oficial.
Todo indica, empero, que el principio del fin debe ubicarse en los primeros años ochenta. Las razones se acumulan hasta conformar el diagnóstico de una larga agonía: el ocaso del modelo de desarrollo, del modo de dominación política y del vínculo tradicional entre sociedad y Estado.
A principios de los años ochenta el agotamiento del viejo paradigma (la quiebra del Estado benefactor) dio paso a la oleada neoliberal iniciada por Margaret Thatcher en la Gran Bretaña y profundizada por la administración Reagan en Estados Unidos, que impuso un cambio espectacular, una mutación productiva que se acompañó por cambios profundos en la esfera laboral.
El sindicalismo no estaba preparado para responder al impresionante espectáculo de la transformación del mundo.
Reaganomics a la mexicana
En ese contexto tendrá verificativo el golpe de timón del gobierno encabezado por Miguel de la Madrid: austeridad en el gasto público, lucha contra la inflación y "redimensionamiento" del aparato estatal. Con ello, un ambicioso programa de reestructuración económica que contempló entre sus aspectos más relevantes: la conformación de un "modelo manufacturero exportador"; la importancia de la inversión extranjera directa; la relocalización industrial en términos territoriales; transformaciones en el comportamiento del empleo, el ingreso y el gasto estatal, y cambios profundos en la política económica del Estado.
Un viraje radical que redujo la influencia de las corporaciones en el diseño de las políticas económicas y laborales.
Ajuste y consolidación
Los sexenios de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo han sido caracterizados como fases consecutivas de un mismo proyecto. Casi dos décadas que, en la jerga de algunos economistas, representarían un período de transición entre modelos de desarrollo: de la industrialización a través de la sustitución de importaciones a la “apertura del mercado interno a los productos importados”.
La historia es demasiado conocida. Baste recordar que entre 1989 y 1993, México renegoció su deuda externa; profundizó a ritmos acelerados su proceso de apertura al mundo; logró la inflación de un dígito; "desincorporó" más de mil empresas públicas; negoció un Tratado de Libre Comercio con dos de las economías más poderosas del mundo; abrió las puertas del ejido al capital privado…
El 31 de diciembre de 1993, el presidente Carlos Salinas de Gortari era uno de los hombres más exitosos del planeta.
Sólo después de la revuelta indígena, de los asesinatos políticos, del escándalo en la familia, se conocerían los costos sociales de la apertura y la modernización. Sólo después de la fuga masiva de divisas y la devaluación se conocerían los saldos del experimento iniciado en 1982.
En suma, las crisis económicas, el cambio del modelo de crecimiento y las transformaciones en el orden político y cultural corrieron paralelas y agravaron el agotamiento del diseño institucional corporativo.
El agotamiento del viejo modelo sindical
Las crisis económicas, el cambio del modelo de crecimiento, la revolución tecnocientífica con su aplicación a los procesos productivos y las transformaciones en el orden político y cultural, agravaron el agotamiento del diseño institucional corporativo en México.
Entre las consecuencias más graves del agotamiento de modelo sindical corporativo se encuentran:
Erosión de la representatividad de las organizaciones gremiales, que ha derivado en la dificultad para defender el empleo, los ingresos y las prestaciones de sus agremiados, así como la materia de trabajo y la participación sindical en las modificaciones laborales en curso; aunado a lo anterior, las crecientes dificultades del sindicalismo para influir en la definición del modelo económico y en la negociación no sólo de pactos y acuerdos laborales, sino económicos y sociales, que al final inciden en las coordenadas del mundo del trabajo.
El entorno de un aggiornamento del mundo sindical
El proceso de ajuste o puesta al día de las organizaciones sindicales se inscribe en un contexto político caracterizado por:
1) la incipiente construcción democrática y la mayor visibilidad y resonancia de las demandas sociales;
2) la multiplicación de los factores de poder, de quienes toman las decisiones;
3) los equilibrios entre estos renovados factores de poder; y
4) las condiciones económicas adversas, que generan presiones dentro y fuera de las organizaciones sindicales.
Pero, además, se da en momentos en los que en la trinchera empresarial y también en distintos espacios del poder público, se propone la reducción de la fuerza sindical a su mínima expresión; la propagación de organizaciones locales sin capacidad de presión ni poder de convocatoria…
El nuevo modelo sindical, premisas
El nuevo modelo debería de cumplir con algunas premisas básicas:
1) ser compatible con el proceso de construcción de un régimen político democrático y las transformaciones culturales registradas en la sociedad mexicana;
2) fortalecer la defensa de los trabajadores organizados, revertir las tendencias de baja sindicalización y precarización del trabajo;
3) fomentar la responsabilidad de las organizaciones del trabajo y contribuir al desarrollo económico
El líder que se requiere
Una manera de definirlo es contrastándolo con el líder tradicional. ¿Cuáles son los rasgos que definen al líder tradicional?
1. Jerarquía mata todo.
Nada por encima o contrario a la voluntad del líder. Ante sus decisiones no valen razones ni argumentos, por eso, nadie discrepa de él, aunque se equivoque.
2. Narcisismo: el líder es Don Chingón.
Él es el sindicato. Nadie sabe más que él, por eso no necesita equipo sino sirvientes. Por eso es insustituible. Siempre que es posible, va de una reelección a la otra. ¿Quién podría hacerlo mejor?
3. Todo tiempo pasado fue peor.
Parte del egocentrismo es la visión descalificatoria del pasado: “Antes de mi, el diluvio”. La historia comienza a partir de él. Antes era otra cosa...
4. La simulación.
No se trata de hacer, sino de hacer como que hacemos. Entonces, todo es una puesta en escena. El divorcio entre los dichos y los hechos es evidente.
5. El síndrome del rico nuevo.
La tradición viene desde Luis Napoleón Morones en los años veinte: la ostentación —anillos de brillantes, esclavas de oro, consumos en restaurantes costosos, viajes en primera clase, coches de lujo.
6. El patrimonialismo.
Para hacer posible el síndrome anterior, el líder usa los recursos de la organización como un botín personal.
7. El nepotismo.
Parte del patrimonialismo es la repartición del pastel entre los miembros de su familia. Los cargos sindicales se heredan de padres a hijos, a sobrinos, a hermanos, a yernos...
8. La inseguridad.
El líder necesita siempre estar rodeado de una corte de aduladores que le refuercen su condición de jefe. El líder no resiste la soledad, lo regresa a su verdadero tamaño.
9. No busca el poder, sino los símbolos del poder.
Aunque no lo sabe, el líder no persigue el poder, sino el aparato que acompaña a los poderosos.
10. El derecho de pernada.
Como los antiguos señores feudales, los derechos del señor incluyen el uso y abuso del poder como instrumento para obtener favores sexuales. Quienes aceptan lo hacen porque reconocen que la ruta más rápida para el ascenso pasa por la cama del líder.
11. El caudillismo sobre la institucionalidad.
La lealtad, cemento fundamental de los grupos políticos, no significa el respeto a la institución y sus normas (los estatutos), sino la complicidad y/o la aceptación acrítica a la línea del jefe, cualquiera que esta sea, sin cuestionamiento alguno o, dicho de otra forma, las órdenes del líder se acatan, no se cuestionan ni se discuten.
12. No importan perfiles ni carteras ni especialidades.
Cuando hay un asunto urgente en opinión del líder (no necesariamente importante), hay que echarle montón: todos tienen que concurrir, independientemente de que sepan o no, de que estén a cargo de otras tareas prioritarias...
13. No hay líneas de autoridad ni de responsabilidad.
El líder llama o encarga asuntos directamente a cualquier miembro de la organización, sin que importe si están o no dentro de su ámbito de competencia ni necesidad de pasar por el responsable del nivel de autoridad.
14. La improvisación.
El líder no necesita preparar nada, basta con su capacidad innata para salir adelante ante cualquier situación. No necesita nada: ni diagnósticos, ni guías temáticas, ni tarjetas… nada. Con su experiencia basta y sobra.
15. La cultura del "rollo" y las frases cohete.
El líder tradicional siempre habla, pero casi nunca dice nada. Las reuniones con él son largos monólogos.
16. El síndrome del ciclista.
El líder es un subordinado sumiso ante los poderes públicos, pero despótico hacia sus compañeros, así sean los miembros del Comité Ejecutivo a los que no trata como dirigentes, sino como empleados.
18. El divorcio —incluso el desprecio— por el sentir de los trabajadores.
19. Menosprecio al tiempo de los otros.
El recurso más valioso, el tiempo, se dilapida de las más diversas maneras: llegando tarde a reuniones; careciendo o no respetando un orden del día que dé una sistematización elemental a las sesiones; no fijando límite de tiempo a las reuniones de cualquier carácter (de trabajo, asambleas, etc.)...
20. Inmediatismo sobre la visión de largo plazo.
El líder tradicional es incapaz para conducir con visión estratégica, siempre está atrapado por la coyuntura: lo urgente prevaleciendo sobre lo importante.
21. Resistencia al cambio.
La fórmula del éxito, piensa el líder, es la que aprendí en mi carrera hacia el poder. No hay más que repetir acríticamente los viejos usos. Si funcionaron antes, no tienen por qué no funcionar ahora (el caso de la señora que prepara la pierna de cerdo).
22. La intriga como manera principal de hacer política. Los líderes son vulnerables ante la intriga.
El perfil del líder sindical moderno
Son muchos los requisitos del liderazgo sindical, sobresaldrían los siguientes:
1. Profesionalismo que, entre otras cosas, implica el conocimiento de la historia, los estatutos, los programas y proyectos de su organización; manejo eficaz de las leyes y reglamentos vinculados al ejercicio sindical y a su materia de trabajo.
2. Compromiso con el proyecto, lo que demanda lealtad a los principios, a los estatutos y a los programas que ha definido la organización.
3. Seguridad en sí mismos, es decir, líderes despojados de la parafernalia; que no requieren "muletas" para caminar; valerosos pero no suicidas; con capacidad para disentir, pero también para coincidir.
4. Convicción y principios para sustentar el quehacer sindical en una ética política.
5. Creatividad para generar o impulsar la generación de proyectos y para encontrar los mejores instrumentos para llevarlos a cabo.
6. Capacidad de diagnóstico para hacer una lectura adecuada del entorno y de la correlación de fuerzas, lo que implica, entre otros factores, mantenerse informados, de las mejores fuentes, sobre lo más relevante.
7. Discurso inteligente, articulado y substancioso que se aleje de la retórica hueca que caracterizó durante tanto tiempo el discurso sindical.
8. Sensibilidad para identificar y articular los intereses y las preocupaciones del gremio y del país.
9. Capacidad de trabajo para asumir sin fatiga las responsabilidades que exige la conducción sindical.
10. Sentido de responsabilidad para responder, bien y a tiempo a sus compromisos sindicales.
11. Capacidad de negociación para defender los intereses del gremio, con firmeza pero sin terquedad; con respeto pero sin debilidad; con buena fe, pero sin ingenuidad.
12. Honestidad para manejar los recursos y el patrimonio sindicales.
Hacia un nuevo modelo sindical
Para hacerle frente a un escenario de acelerada pérdida de centralidad, los sindicatos están obligados a trascender las posturas meramente defensivas o de confrontación, para adoptar una actitud proactiva. Para ello, deben, primeramente, desarrollar un diagnóstico claro del entorno que les permita identificar los retos, los puntos nodales de la intervención sindical, la correlación de fuerzas, advertir, en suma, el signo de los tiempos. Sólo entonces podrán establecer estrategias y medios de acción.
Requerimos de un sindicalismo combativo pero no temerario; que pugne por sus intereses legítimos pero, al mismo tiempo, disponga de una enorme capacidad de concertación. De un sindicalismo cercano a las bases.
El nuevo papel del sindicalismo
¿Cuál es a grandes rasgos, el perfil del sindicalismo que reclama el nuevo tiempo político? Yo encuentro, al menos, diez componentes básicos:
1. La democracia sindical
Toca al sindicalismo mexicano del siglo XXI, acompasar a la sociedad en su tránsito a la plenitud democrática... Una democracia que otorgue a las dirigencias un sustento y una representatividad inobjetables, que reconozca y respete la diversidad, que aliente la discusión abierta y el diálogo constructivo...
Una democracia que ofrezca espacios institucionales a mayorías y minorías, a través de fórmulas que reconozcan el variado mosaico sindical... Y dote de legitimidad a las propuestas de los trabajadores en una sociedad cada vez más compleja, diversa y plural.
2. La lectura correcta de su tiempo
El sindicalismo tiene que recuperar su condición de actor social e incidir en las definiciones del proyecto, en las políticas públicas y generar propuestas que eviten una modernización depredadora. Para ello, el sindicalismo debe tener una lectura cuidadosa e inteligente del contexto internacional y nacional, de los desafíos de este tiempo y de la correlación de fuerzas y, a partir de ésta, desarrollar propuestas, estrategias y tácticas.
3. La gestión eficaz
La democracia no es suficiente para construir el sindicalismo de siglo XXI, es preciso acompañarla de eficacia en la gestión de las demandas de los trabajadores.
Una cuestión clave para mejorar la capacidad de gestión, es la formación político-sindical de cuadros cada vez más capaces de incrementar la fuerza de la organización y, al mismo tiempo, la sensibilidad del liderazgo sindical para convocar a estudiosos y expertos que aporten conocimientos que aumenten significativamente la capacidad del sindicato de elaborar tesis, estrategias y líneas de acción que respondan eficazmente ante distintas circunstancias y escenarios.
4. Una nueva cultura sindical
En un sindicalismo de avanzada la organización debe constituirse en una escuela cívica dispuesta al debate interno y externo, donde se reflexione sobre los temas que importan a los agremiados como sindicalistas y como ciudadanos; en la que se aprenda a razonar divergencias y a construir convergencias.
La cultura sindical que reclama la transición subraya, más allá de la capacidad de respuesta, la de propuesta y demanda el manejo eficiente, transparente y equitativo de los recursos sindicales y la rendición de cuentas.
5. Una visión estratégica
Las organizaciones que aspiren a trascender deben abandonar la improvisación y el cortoplacismo, para generar propuestas fundamentadas y viables, tanto en materia laboral como sobre los temas centrales de la agenda nacional.
6. La lucha por mejores condiciones de trabajo atada a productividad, calidad y competitividad.
El nuevo modelo propone vincular los avances de sus miembros, a sus logros profesionales y lejos de dejar la eficiencia, la calidad y la productividad como responsabilidades que le tocan al otro lado de la mesa, las asume como una tarea común de empleadores y trabajadores.
A una mayor calidad y productividad, es decir, a una mejor formación profesional, deben corresponder mejores ingresos y prestaciones. En este sentido se pugna por el establecimiento de fórmulas que estimulen el desempeño laboral.
7. Nuevas relaciones con la sociedad
El sindicalismo debe acercarse hacia la sociedad, lo que implica abrirse a las mejores influencias de la comunidad, enriquecerse con las contribuciones del medio académico, intelectual y social, y estar dispuesto a aportar sus experiencias para enriquecer la visión de otros actores sociales.
La nueva relación con la sociedad implica, también, un sindicato preocupado y ocupado por las cuestiones más sensibles de su entorno, que presente alternativas a los problemas del desempleo y la economía informal; a los de seguridad pública y medio ambiente; que defienda los derechos y reivindicaciones de la mujer y de los jóvenes...
8. Nuevas relaciones con el Estado
El sindicato debe construir una relación con el Estado, que parta del respeto recíproco y de una auténtica autonomía sindical. No se trata de remendar las viejas “correas de transmisión” que operaban en un solo sentido, de arriba hacia abajo. Se trata, en cambio, de desarrollar una interlocución madura y respetuosa.
9. El compromiso con México
En el México de la alternancia, el sindicato tiene, por encima de todo, un compromiso con las mejores causas: la soberanía, la libertad, la democracia, la justicia, la educación, el respeto al medio ambiente y con el bienestar del pueblo.
El sindicalismo es un actor imprescindible de nuestra vida pública. Recuperar la centralidad de los trabajadores y sus organizaciones, es condición sine qua non para que el rumbo de México sea menos incierto.
Desempeñar el papel que históricamente le corresponde al sindicalismo, le exige emprender un proceso de revisión a fondo que le permita poner al día diagnósticos, objetivos, estrategias, tácticas, discurso, relaciones y medios de acción.
Ante la agudización de la pobreza y la expansión y la impunidad de la delincuencia, es preciso recuperar el sueño de crecer y repartir con justicia y de hacerlo en una atmósfera de libertad. Es decir, de construir un proyecto que tenga la capacidad para generar riqueza y, a un tiempo, llevar bienestar al pueblo. Ésos tienen que ser los propósitos y la razón de ser del cambio y en ellos, el sindicalismo tiene que ser un actor principal.
Como ustedes lo aprecian, se requiere un cambio sustancial en el funcionamiento de las organizaciones sindicales, que se nutra de un conjunto de principios que le dan sentido y razón de ser al sindicalismo: la identidad, la autonomía, la democracia, la ética, la pluralidad, para, a partir de ellos, diseñar las nuevas formas de participación y organización.
Lo que permanece y lo que cambia
La razón de ser del sindicalismo no ha cambiado desde sus orígenes: representación de los trabajadores y defensa de sus derechos.
Lo que ha cambiado, hasta adquirir una complejidad que pone en riesgo la viabilidad de gremios y liderazgos tradicionales, es la realidad política e institucional, sociocultural y productiva a la que se enfrentan las organizaciones sindicales.
Esto que parece una obviedad —en cierto modo lo es—, en realidad se traduce en una gran paradoja para la cual aún no tenemos respuestas: nunca, en la historia moderna de las relaciones sociales y productivas, hubo un mayor número de asalariados en todos los sectores productivos, y muy pocas veces fue más frágil, endeble, la capacidad de defensa y articulación de iniciativas en el mundo del trabajo.
La acumulación de transformaciones de toda índole en los últimos cincuenta años; y, más aún, las profundas mutaciones en la vida social y productiva registradas en las últimas dos décadas, modificaron radicalmente el panorama.
El nuevo modelo sindical reclama...
Que las organizaciones de los trabajadores reconozcan su pluralidad y la utilicen como elemento para enriquecer su acción y no como factor de divisionismos y enconos.
Un proyecto democrático se finca en el reconocimiento y el respeto a la diversidad de sus componentes; no asume a sus bases como masa amorfa, sino como la suma de individuos y organizaciones con necesidades y aspiraciones concretas; reconoce y ofrece espacios institucionales de participación a mayorías y minorías.
Se finca, también, en una relación diferente con el Estado que parte del reconocimiento a una auténtica autonomía sindical, sin caer en ninguno de dos extremos: el de la parálisis y entreguismo o el de la oposición por sistema, para establecer una interlocución madura y respetuosa.
El sindicalismo del siglo XXI tiene que ser menos vertical y más horizontal, formador de sus propios cuadros de relevo…
Será preciso recuperar la autoridad y la fuerza para incidir en el diseño de las políticas públicas y presentar alternativas viables que beneficien al trabajador y sean eficaces para el centro de trabajo.
En la búsqueda de nuevas formas para impulsar sus objetivos, está el tejido de una red de alianzas y afinidades en la sociedad, no sólo con otros sindicatos del país y del extranjero, sino también con diversos actores sociales que tienen un peso (político, económico o moral) que puede volcarse a favor de nuestras posturas, y está la utilización eficaz de los nuevos y viejos medios. En la era de la informática saber utilizar para potenciar nuestras propuestas, desde la conferencia de prensa hasta la Internet.
Se requiere un cambio sustancial en el funcionamiento de las organizaciones sindicales, que se nutra de un conjunto de principios que le dan razón de ser al sindicalismo: la identidad, la autonomía, la democracia, la ética, la pluralidad, para, a partir de ellos, diseñar las nuevas formas de participación y organización.
La transformación que planteo implica entender al sindicato como una formidable escuela cívica, como un medio privilegiado para que sus militantes se desarrollen en sus diversas dimensiones: como trabajadores, como portadores de conocimiento y cultura, y como ciudadanos que crecen en la medida en que participan y actúan en su sociedad.
Sindicalismo para el siglo XXI
Este escenario de gran complejidad en lo económico, político y social, plantea enormes desafíos para el sindicalismo mexicano.
Incluso para aquellas organizaciones que han logrado preservar más o menos íntegro su poder de negociación y representatividad, el reto es mayúsculo por el severo desgaste de su imagen pública: clientelares, corporativos, opacos, corruptos, patrimonialistas, contra-productivos, etcétera.
Mala imagen y reputación negativa que se extiende, en muchas ocasiones, a los mismos agremiados por diversas razones: escasa protección de sus derechos, ausencia de vida democrática, liderazgos eternos o elitistas, burocratismo, opacidad, mal uso y abuso de los recursos sindicales, compromisos con intereses políticos (clientelismo electoral), etcétera.
Una razón más que explicaría la irritación o indiferencia de los sindicalizados: la obligación de pertenecer a un sindicato como única forma de ingresar al empleo y/o mantenerlo. Afiliación forzada que, según las nuevas prácticas del derecho laboral y la organización del trabajo a nivel internacional, sería contraria a la “libertad sindical” y el derecho (universal) al trabajo.
Este último punto, que parecería natural: condición para la existencia de sindicatos en tanto “titulares” únicos de las relaciones laborales (del contrato colectivo o de las “condiciones generales de trabajo”), ha empezado a cambiar y podría deparar muchas sorpresas.
Primero, porque la pluralidad sindical ya no es una excepción en México (la existencia de más de una organización en una misma empresa o entidad gubernamental).
Segundo, porque comienzan a perfilarse nuevos enfoques de la “libertad sindical”, entre las que se deberá contemplar jurídicamente el derecho al trabajo sin mediaciones o afiliaciones forzadas.
La competencia entre organizaciones por la representación gremial en un centro de trabajo plantea a los sindicatos exigencias de muy distinta índole:
Organización profesional y administración eficaz de los recursos;
Formación de dirigentes y cuadros en distintas áreas de especialización: jurídica, laboral, administrativa, profesional, específicamente sindical, política y cultural;
Creación de instancias encargadas de elaborar propuestas político-sindicales, laborales y profesionales (materia de trabajo); nuevos servicios y prestaciones para los agremiados; diagnósticos y propuestas para la negociación salarial y las condiciones de trabajo;
Transparencia en el manejo de los recursos y el patrimonio sindical; acceso a los trabajadores afiliados a la información completa del sindicato: contrato o condiciones generales de trabajo, situación de las finanzas sindicales, sueldos de dirigentes, gasto en la estructura y mantenimiento del patrimonio, pago proveedores, etcétera;
Rendición de cuentas de los órganos dirigentes; regulación de las facultades y atribuciones de líderes y comités directivos; obligación periódica y sistemática de ofrecer a los agremiados información clara y precisa sobre la situación financiera y el uso de los recursos y patrimonio colectivos;
Mecanismos de vida democrática: elección directa y secreta de dirigentes, inclusión de mayorías y minorías en los órganos de gobierno, formas de organización que faciliten la comunicación entre los trabajadores de base y las diversas instancias de la estructura sindical.
Sindicalismo de servidores públicos
Muchas de estas exigencias se convertirán muy pronto en obligaciones legales. Especialmente en los sindicatos de trabajadores al servicio del Estado, puesto que reciben recursos públicos.
Sería conveniente que las organizaciones anticiparan el escenario y convirtieran los reclamos en triunfo de la innovación sindical.
Cualquier proyecto de sindicalismo para el siglo XXI debe responder a los valores clave de la sociedad en la que actúan: democracia, libertad, respeto a la disidencia y a la diversidad de opiniones (siempre en el marco de la legalidad y el respeto a la integridad de la organización), derecho de acceso a la información colectiva por parte de los agremiados (según más altos estándares de transparencia) y regulación estricta de las facultades y obligaciones de los órganos directivos (rendición de cuentas sistemática, no voluntaria ni discrecional).
Un tema fundamental, en el caso de los trabajadores de la administración pública, tiene que ver con su peculiar materia de trabajo: el servicio público; labor que se realiza en contacto directo con la ciudadanía y como representantes directos (por su inmediatez) de las instituciones del Estado.
Luego de las grandes transformaciones sociales y productivas en el mundo, los sindicatos que han logrado preservar su integridad, poder y representatividad se han abocado a perfeccionar y profesionalizar su capacidad de propuesta e intervención en las diversas vertientes de su materia de trabajo: alternativas de productividad, competitividad, formación e innovación desde la perspectiva de los trabajadores.
Este carácter multidimensional del sindicalismo eficaz, reconocido como interlocutor confiable y, al mismo tiempo, firme en la defensa de los derechos de sus agremiados, se acrecienta en los sindicatos del servicio público.
El compromiso con su materia de trabajo adquiere una relevancia mayor. No sólo por la dignidad, integridad y responsabilidad de los trabajadores en el desempeño de su labor —que debe estimularse como ética del trabajo y reconocerse como parte medular del nuevo sindicalismo— sino como estrategia de autodefensa, solidaridad y vinculación con sectores de la población.
El sindicalismo de los servidores públicos debe comprometerse con su “materia de trabajo”: el servicio público en un Estado democrático, y hacer explícita su responsabilidad con la sociedad democrática y con los intereses de la gente.
Esta vertiente política y cultural del nuevo sindicalismo serviría, en primer lugar, para empezar a borrar la leyenda negra de la “burocracia” como obstáculo inamovible y maquinaria opaca que juega en contra de la ciudadanía. Lo que redituaría, en consecuencia, en un mejor clima de opinión para la organización sindical y la defensa de los derechos legítimos de los empleados de la administración pública.
Mejorar la imagen del sindicalismo y de los servidores públicos reclama un esfuerzo especial de los dirigentes, la estructura sindical y los trabajadores de base. Pero no sólo como sindicalistas sino como servidores públicos.
En esta perspectiva, la dirigencia y su estructura deben ser los principales impulsores de la nueva ética del trabajo y la dignidad profesional de los servidores públicos.
Ética y dignidad que no suponen, de ninguna manera, subordinación o “humildad”, sino un compromiso real y efectivo, cotidiano y permanente, con el servicio público: atención de calidad, sensibilidad en el trato a los usuarios (ciudadanos como uno), respeto a la dignidad de los otros, no discriminación, plena honradez y valor civil para oponerse o resistir a las prácticas viciadas.
Los sindicatos de servidores públicos deben servir, en primera instancia, como defensa institucional y colectiva de los cientos de miles de trabajadores que prestan su servicio con dignidad y profesionalismo.
El nuevo sindicalismo de los servidores públicos debe desplegar una acción permanente por mejorar los servicios que ofrecen las instituciones de un Estado democrático. Esa es su materia de trabajo.
De ninguna otra forma la sociedad, el público, los usuarios, recuperarán la confianza no sólo en las instancias de la administración pública (en abstracto) sino en los servidores públicos y organizaciones sindicales (en concreto).
Epílogo
Hay un síndrome que afecta a muchos viajeros, acentuado después de la experiencia del once de septiembre en Nueva York: el miedo a volar. Los líderes sindicales del siglo XXI tienen que aprender a volar: a imaginar y configurar respuestas innovadoras, eficaces.
Para ello, es preciso revisar, con visión autocrítica, errores y aciertos y encontrar en los viejos principios y en lo mejor de la historia del sindicalismo, la fuerza para transformarse, democratizarse, recobrar legitimidad en el apego a su razón de ser y dignificarse ante sus representados, ante la sociedad y el Estado.